Dependerá de cada cual, claro. Voy a contaros mi caso.
Cuando solicité el primer informe de lectura de Hambarath, contacté con dos personas. Una trabajaba en su agencia literaria. La otra acababa de establecerse como asesora editorial, tenía buenas referencias y ya ha publicado un libro.
Evitaré dar nombres porque no he pedido permiso para ello.
Al final, encargué el informe a la primera. Me hubiera gustado también que la segunda hubiese leído la obra tal y como estaba entonces, pero con una lectura debía ser suficiente. Durante el flujo de correos con la segunda, yo la apremiaba para que presentara su oferta. Me la había recomendado una compañera de trabajo tras consultarlo con un amigo escritor de novela negra. Si tan buena es, pensaba, la prefiero.
Ahora alguien dirá: ¿Por qué no la esperaste de todos modos? Pues mirad: las matriculaciones a los cursos de escritura estaban a punto de cerrarse y quería saber si necesitaba inscribirme a alguno en particular y qué escuela me recomendaban.
Volviendo al intercambio de mensajes con la segunda, hubo un correo donde una frase transformó mi visión sobre la escritura. Es esta:
“No hay prisa”
En aquel contexto, tales palabras invitaban a escoger la otra oferta, que tenía desde la semana anterior. Pasaron días sin respuesta. Dolido y dando por perdida aquella posibilidad, acepté el presupuesto de la primera. Cuántas dificultades para encargar un informe de lectura, pensé. Es el colmo que no quieran leer ni pagando (y bastante más de lo habitual, según descubrí más tarde).
Recibí el informe tres días después de que llegase a mi correo la segunda oferta. Justo a tiempo para apuntarme a una escuela de escritura donde, después de enviarles un capítulo, me permitieron saltar al primer curso de novela sin pasar por el de narrativa.
Expliqué la situación a la segunda persona y el tema acabó aquí.
Hasta que, pasado un mes, releí aquel correo.
“No hay prisa”
Algo rondaba por mi cabeza mientras tenía la mirada fija en esta frase. Supongo que las lecciones del curso influyeron a la hora de sacarla del contexto en el cual fueron escritas. O quizás aquella persona quiso decirme eso y no lo descubrí hasta más tarde. Fue una revelación observar cómo las tres palabras se desdoblaban en unas cuantas más y el significado cambiaba . Más o menos, quedó así:
“No tengas prisa por acabar. Disfruta del camino”
Esto es lo mejor de escribir una obra: las sensaciones vividas desde la primera idea hasta concluir la última reescritura. Llegar al final, aunque parezca un “¡Por fin!”, puede ser insatisfactorio. Termina lo bueno, sales de aquella realidad. Cuando estoy dentro, deseo quedarme. Es un mundo donde todo está hecho a mi medida: desafíos, personajes, puntos de vista… En plena inmersión, no hay nada como presenciar que ellas y ellos toman el control del bolígrafo o el teclado. Es inigualable descubrir que la mano que escribe tiene otra forma, color y textura. Incomparable oír esas voces como si salieran de mis labios, ni oler como huelen, ni amar u odiar como cada uno de ellas y ellos.
Tras vivir algo así, sé que jamás encontraré satisfacción similar en el trabajo. Quizás porque, para mí, la escritura es una afición en lugar de una obligación.
Acabo completando la frase del título:
Lo mejor de escribir es andar sin prisas por el camino que me abre la imaginación.
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